Qué ver y hacer en Garden Route
- Jen y Licha

- 22 ago
- 11 Min. de lectura
Actualizado: 4 sept
La famosa Garden Route o Ruta Jardín es uno de los recorridos más emblemáticos de Sudáfrica. Esta ruta escénica, considerada por muchos como una de las más bellas del país e incluso del mundo, recorre un corredor natural de acantilados, bosques autóctonos, lagunas, dunas y playas infinitas que abrazan la costa sur del país.
Técnicamente, la Garden Route sigue el trazado de la carretera N2, y se extiende desde Mossel Bay hasta el Parque Nacional Tsitsikamma, cubriendo unos 300 km. Sin embargo, para muchos viajeros, nosotros incluidos, el trayecto comienzo mucho antes, abarcando también puntos imperdibles como Hermanus, famosa por el avistamiento de ballenas, Cabo Agujas, el punto más austral del continente africano, y la remota Reserva Natural De Hoop, hogar de dunas fósiles, playas vírgenes y especies endémicas.
Desde Stellenbosch hasta Tsitsikamma nosotros recorrimos aproximadamente 520 kilómetros, atravesando paisajes tan diversos como impactantes: dunas de arena blanca, playas desiertas, bahías tranquilas donde habitan ballenas entre junio y noviembre (aunque no tuvimos suerte, ya que fuimos a comienzos de temporada), y bosques antiguos que sobreviven como reliquias vivas del bosque afrotemplado primario, un ecosistema que alguna vez cubrió vastas regiones del sur de África, especialmente entre Knysna y Wilderness.
¿Por qué incluirla en tu viaje?
Porque la Garden Route condensa en pocos kilómetros la esencia sudafricana: playas infinitas, montañas cubiertas de verde, reservas naturales y pueblos pintorescos. Es un viaje de contrastes, donde en un mismo día podés desayunar frente al mar, almorzar ostras en una laguna y terminar haciendo trekking en un bosque milenario.
¿Cómo recorrerla?
La mejor forma es en auto o camper, ya que te permite parar en los miradores y pueblos a tu propio ritmo. La ruta está en excelentes condiciones y bien señalizada, lo que la hace ideal incluso para quienes no están acostumbrados a manejar en el extranjero. También existen buses turísticos y excursiones organizadas, aunque se pierde algo de la libertad de la experiencia.
¿Cuántos días dedicarle?
Lo recomendable es entre 4 y 7 días, según el ritmo de viaje. Con menos de 4 días solo se pueden ver las paradas principales, mientras que con una semana hay tiempo para combinar naturaleza, playas y actividades de aventura sin apuros.
¿Dónde alojarse?
La ruta ofrece todo tipo de alojamientos: desde guesthouses familiares y B&B con encanto, hasta hoteles boutique y lodges en medio de la naturaleza. Los puntos más habituales para pasar la noche son Mossel Bay, Knysna, Plettenberg Bay y Storms River, aunque muchos viajeros eligen quedarse varias noches en un mismo lugar y hacer excursiones desde allí.
Mejor época para visitarla
La Garden Route es un destino para todo el año, gracias a su clima templado. Sin embargo, la mejor época es entre octubre y abril, coincidiendo con la primavera y el verano sudafricano: días soleados, mar más cálido y mejor ambiente en pueblos y playas. En invierno (junio–agosto) el clima es más fresco y lluvioso, pero a cambio se pueden ver ballenas en la costa.
A continuación te contamos nuestra experiencia, día a día, por esta ruta inolvidable y los imprescindibles que no pueden faltar en tu recorrido.

DÍA 1 – PINGÜINOS, PINOT NOIR Y UN ATARDECER JUNTO AL MAR
Comenzamos nuestra travesía por la Garden Route saliendo desde Stellenbosch con dirección a Gansbaai, nuestro primer punto de descanso. En total fueron 184 km de ruta escénica, bordeando el océano, atravesando montañas tapizadas de fynbos y descubriendo joyas escondidas de la costa sur africana.
Nuestra primera parada fue en Betty’s Bay, más precisamente en la Stony Point Nature Reserve, una reserva natural poco concurrida pero verdaderamente encantadora. Aquí se encuentra una de las pocas colonias de pingüinos africanos en libertad que todavía pueden visitarse sin multitudes. La entrada fue de apenas 25 ZAR, y con eso pudimos caminar por pasarelas de madera que serpentean entre rocas y vegetación nativa, mientras cientos de pingüinos nos saludaban con su andar torpe y encantador. Una experiencia mágica, especialmente si te gusta la observación de fauna en su entorno natural.
De allí continuamos viaje hacia el valle de Hemel-en-Aarde, cerca de Hermanus, donde nos esperaba una cita ineludible con el vino: Creation Wines.
Ubicada en una cresta pintoresca dentro del Reino Floral del Cabo, Creation es una bodega que honra su nombre con creces. Este rincón vitivinícola combina suelos franco-arcillosos antiguos con un clima marítimo fresco, ideal para producir vinos elegantes y expresivos. Su fundador, el enólogo Jean-Claude Martin, es un apasionado de la sostenibilidad y la innovación, y eso se nota en cada detalle: desde los viñedos libres de virus hasta la bodega moderna donde se busca realzar la belleza de la naturaleza más que intervenirla.
Nosotros optamos por una degustación de cinco etiquetas (ZAR 220), acompañada de una tabla de quesos artesanales (ZAR 165) que elevó la experiencia a otro nivel. Las vistas desde la sala de catas son simplemente hipnóticas: viñedos ondulantes, montañas recortadas en el horizonte y un aire fresco que invita a quedarse horas.
Esto fue lo que probamos:
Reserva Chardonnay 2023: un blanco vibrante y elegante. Pomelo, manzana, un toque de miel y notas de canela. Sin dudas, nuestro preferido entre los blancos.
Old Vine Chenin Blanc 2024: crujiente, fresco y complejo. Las notas cítricas y de membrillo lo hacen ideal para quienes buscan un Chenin distinto.
Syrah-Grenache 2023: una mezcla al estilo del Ródano, con ciruelas maduras, pimienta negra y un perfil umami muy interesante.
Syrah Reserva 2021: profundo, con notas de cereza, aceituna negra y especias persistentes. Muy complejo.
Pinot Noir Reserva 2023: el gran protagonista. Terciopelo en copa. Suave, especiado, con taninos sedosos y un potencial de guarda que emociona.
Tras este festín sensorial, nos dirigimos a la costa de Hermanus, uno de los mejores lugares del mundo para el avistamiento de ballenas. Aunque fuimos a comienzos de temporada (junio a noviembre), no tuvimos suerte con las ballenas pero el mar igual nos regaló una postal inolvidable: un grupo de delfines se acercó a la costa justo cuando caía el sol. Un momento de pura conexión con la naturaleza.
Con el corazón contento y el paladar feliz, seguimos camino hasta Gansbaai, donde nos esperaba una noche de descanso frente al mar.
DÍA 2 – ENTRE DOS OCÉANOS Y UNA JOYA ESCONDIDA DE LA NATURALEZA
El segundo día en ruta nos llevó desde Gansbaai hasta la encantadora ciudad histórica de Swellendam, en un recorrido de aproximadamente 230 km, que nos tomó unas 3 horas y media de manejo. Pero claro, no fue un simple traslado: en el camino visitamos dos de los destinos más impactantes de todo el sur de África.
Nuestra primera parada fue en un lugar cargado de simbolismo geográfico: Cabo Agulhas, el verdadero punto más austral del continente africano. Aquí es donde oficialmente el océano Atlántico se encuentra con el Índico, el paisaje es abrupto, ventoso y profundamente hermoso. A diferencia del turístico Cabo de Buena Esperanza, Agulhas es más solitario, menos intervenido, y por eso tiene una magia especial.
El faro histórico, construido en 1849 e inspirado en los faros egipcios, se impone entre la vegetación baja y las rocas afiladas que caracterizan esta costa. Desde allí, un sendero corto y señalizado nos llevó hasta el monolito que marca la división oficial de los océanos.

Luego seguimos viaje hacia uno de los secretos mejor guardados de Sudáfrica: la Reserva Natural De Hoop, una de las áreas de conservación más biodiversas del país. Aquí la naturaleza se despliega en todo su esplendor: dunas fósiles, playas vírgenes, lagunas interiores, montes de fynbos y una fauna que incluye cebras de montaña, antílopes, aves marinas y, durante la temporada, incluso ballenas francas australes que se acercan a la costa.
La entrada a la reserva tiene un costo de 50 ZAR por persona, pero si contás con la Wild Card, como fue nuestro caso, el ingreso es gratuito.
Después de absorber toda esta belleza natural, emprendimos el último tramo del día hacia Swellendam, donde pasamos la noche. Esta ciudad, fundada en 1745, es una de las más antiguas de Sudáfrica, y conserva aún su encanto colonial, con casas de arquitectura holandesa del Cabo, jardines cuidados y un ritmo de vida pausado. Es un lugar ideal para hacer noche antes de continuar hacia la parte más "clásica" de la Garden Route.
DÍA 3 – UNA PAUSA EN EL CAMINO: ENTRE FAROS, CUEVAS Y UN RESPIRO NECESARIO
Salimos por la mañana desde Swellendam y manejamos alrededor de 170 km (unas 2 horas) hasta llegar a Mosselbaai (Mossel Bay), el punto de partida oficial de la Garden Route, aunque para nosotros ya había comenzado mucho antes.
Esta ciudad costera, aunque tiene una gran importancia histórica, aquí fue donde el explorador portugués Bartolomeu Dias desembarcó en 1488, marcando uno de los primeros contactos europeos con el sur de África, no nos terminó de conquistar.
Visitamos el faro de Cape St. Blaize, que domina los acantilados y ofrece lindas vistas del océano. A sus pies encontramos las cuevas de St. Blaize, una serie de cavernas formadas por la erosión marina, con valor arqueológico por los restos de ocupación humana de hace más de 160.000 años. Y como cierre exploramos las cercanas Pinnacle Point Caves, un sitio aún más relevante desde el punto de vista científico, ya que allí se han descubierto pruebas del uso temprano de herramientas por el ser humano moderno.
Una jornada tranquila, ideal para recargar energía antes de seguir viaje.

DÍA 4 – ENTRE BOSQUES, ACANTILADOS Y OSTRAS FRESCAS: RUMBO A PLETTENBERG BAY
Dejamos atrás Mosselbaai temprano por la mañana y emprendimos viaje rumbo a Plettenberg Bay, nuestro próximo destino en la Garden Route y la base para explorar durante los siguientes tres días. El trayecto fue corto, unos 140 km y menos de 2 horas de manejo, pero estuvo lleno de paradas inolvidables.
La primera fue en Wilderness, una localidad que le hace justicia a su nombre. En esta zona de vegetación exuberante, ríos serpenteantes y lagunas tranquilas, decidimos estirar las piernas haciendo el trekking del Half-Collared Kingfisher Trail, una de las caminatas más recomendadas del área.
Este sendero, de dificultad fácil a moderada, recorre unos 8 km (ida y vuelta) y tiene un desnivel de 300 metros, que se completan en aproximadamente 3 horas. El camino atraviesa un bosque autóctono con árboles centenarios y el sonido constante del agua corriendo.
Lo más original del sendero es el cruce del río Touw en una barcaza manual, que añade un toque de aventura. El recorrido culmina en una cascada escondida, rodeada de vegetación, mientras el canto del martín pescador acompaña el silencio del bosque.
Con el cuerpo en movimiento, seguimos viaje hacia Knysna, uno de los lugares que más nos gustaron de todo el viaje. Esta ciudad costera se ubica junto a una laguna salobre conectada al mar por los icónicos Knysna Heads, dos acantilados que flanquean la entrada del océano.
Desde el viewpoint, se tienen vistas espectaculares de la laguna, los canales naturales y el mar rompiendo contra los acantilados. Luego, hicimos un tranquilo paseo costero, y como broche de oro, nos entregamos a uno de los clásicos de Knysna: sus ostras frescas, famosas en todo el país.
Finalmente, nos dirigimos a Plettenberg Bay, donde nos instalaríamos por tres noches para explorar en profundidad esta parte de la Garden Route. El camino seguía, y aún quedaban varias joyas por descubrir.
DÍA 5 – PUENTES COLGANTES, ACANTILADOS Y UNA CASCADA QUE DESAGUA EN EL MAR
Para el quinto día de viaje nos adentramos de lleno en uno de los tesoros más impresionantes de la Garden Route: la Reserva Natural Tsitsikamma, una extensión protegida dentro del Parque Nacional Garden Route que combina océano, selva afromontana, acantilados y ríos encajonados en paisajes dramáticos.
Salimos temprano desde Plettenberg Bay rumbo a Storms River Mouth, la entrada más popular del parque. El camino ya anticipa lo que vendrá: túneles naturales formados por árboles, curvas con vista al océano y la sensación de que te estás internando en un lugar completamente distinto. El ingreso al parque tiene un costo de 326 ZAR por persona, pero si contás con la Wild Card, el acceso es gratuito.
Una vez dentro, comenzamos con uno de los senderos más icónicos del parque: el Storms River Mouth Trail, un recorrido corto de 4 km en total, con un desnivel de 200 metros y de baja dificultad, ideal para disfrutar sin apuro. El sendero atraviesa un bosque frondoso hasta llegar a los famosos puentes colgantes que cruzan el río Storms en su desembocadura al océano.
Luego, con energías todavía en alto, nos aventuramos en el segundo sendero del día: el Waterfall Trail, una caminata de 6 km ida y vuelta, con un desnivel de 150 metros, de dificultad moderada a difícil, principalmente por el terreno irregular sobre rocas y tramos junto al mar. Este sendero forma parte del famosísimo Otter Trail, uno de los trekkings más míticos del continente, y si bien nosotros solo hicimos el primer tramo, la experiencia fue espectacular. Caminamos junto a acantilados, trepamos entre formaciones rocosas, con el océano rugiendo a un lado, hasta llegar a una cascada que cae directamente al mar. Un lugar completamente salvaje, donde la fuerza del agua dulce y la salada se encuentran en un espectáculo visual y sonoro difícil de describir.
Y como broche final de un día intenso, decidimos cerrar con una tradición muy nuestra: nuestro último asado en tierras sudafricanas.
DÍA 6 – UN SALTO AL VACÍO DESDE EL PUENTE MÁS ALTO DEL MUNDO
Nuestra mañana comenzó rumbo a Bloukrans Pass, un tramo de montaña serpenteante rodeado de bosques frondosos y vistas panorámicas. En plena ruta, se encuentra el Bloukrans Bridge, un coloso de ingeniería que se eleva 216 metros sobre el río Bloukrans, y que es el escenario de esta experiencia extrema.

La aventura comienza mucho antes del salto: para llegar al centro del puente, donde se realiza el bungee, primero te lanzás por una tirolesa (zipline) que atraviesa el cañón a toda velocidad. Una entrada triunfal al vacío que ya pone la adrenalina por las nubes.
Una vez en la plataforma de salto, el equipo de Face Adrenalin te recibe con música, bromas y un profesionalismo absoluto. La experiencia tiene un costo de 90 USD por persona, e incluye tanto el zipline de ingreso como el salto y el regreso por una pasarela tipo canopy suspendida debajo del puente, que permite ver el abismo a través de tus pies. Cada paso en ese retorno es una mezcla de vértigo y euforia.
Y entonces, llega el momento. Estás parado en el borde, con el viento en la cara y el corazón galopando. El mundo se detiene por un segundo… y 5,4,3,2,1 bungeee. Gritás con fuerza, pero el grito se lo traga el viento. No se escucha nada, solo el silbido del aire en caída libre. Por unos segundos estás flotando, cayendo, volando. El eco del cañón se abre a tus pies y todo parece suspendido.
Es una experiencia visceral, salvaje, completamente fuera del tiempo. No hace falta ser fanático de los deportes extremos para disfrutarlo: esta es una vivencia que te conecta con vos mismo, con tus miedos y con la inmensidad que te rodea.
Después del salto, nos quedamos un buen rato compartiendo anécdotas con otros viajeros, mirando los videos en cámara lenta y saboreando esa mezcla de coraje, alivio y euforia que solo este tipo de desafíos puede provocar.
Así cerramos nuestro último día completo en la Garden Route, con una explosión de adrenalina que fue el final perfecto para una ruta que nos dio absolutamente todo.

CIERRE DE RUTA – UN ÚLTIMO VISTAZO ANTES DE PARTIR
Y así, después de seis días intensos recorriendo la legendaria Garden Route, llegó el momento de despedirnos. Desde los viñedos del valle de Hemel-en-Aarde hasta los puentes colgantes de Tsitsikamma, pasando por reservas naturales, playas infinitas, cascadas escondidas, ciudades costeras encantadoras y hasta un salto al vacío desde el bungee más alto del mundo, esta ruta nos ofreció una paleta completa de experiencias.
Emprendimos el regreso a Ciudad del Cabo por la N2, por unas 6 horas de ruta, en las que tuvimos tiempo para repasar mentalmente cada momento vivido. Llegamos a la ciudad con la tarde cayendo sobre la Table Mountain, que parecía esperarnos una vez más para cerrar el círculo. Recogimos nuestro equipaje, devolvimos el auto y nos dirigimos al aeropuerto. Tocaba decir adiós, no solo a la Garden Route, sino también a Sudáfrica, un país que nos conmovió con su fuerza, su naturaleza desbordante y su hospitalidad genuina.









































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